Editorial 65
Esta vez sí, el nuevo impuesto sobre el azúcar en las bebidas ya es una realidad. Ahora la mejor forma de saber si algo está poniendo en riesgo nuestra salud, física o mental, va a ser comprobar que pagamos cada vez más por ello.
El alcohol no es bueno y consumirlo en exceso nos costará más que una buena resaca. Para saber lo perjudicial que es el tabaco no hay más que comprar una cajetilla, “fumar mata”, pero además nos quieren disuadir elevando el precio de la calada. Y como aún falta dinero, vamos a recaudar 200 millones de euros gravando las bebidas azucaradas, que no es por los 200 millones, que es “para combatir la obesidad”. Los bocadillos de beicon quedan exentos.
No sé qué pensará de este nuevo gravamen el Premio Cervantes 2016. Un galardón a cuyo nombre hace honor con su literatura. Eduardo Mendoza, quijotesco en su novela seria, cervantino en su escribir humorístico, creó un fantástico personaje en El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas o El tocador de señoras. Un detective innominado con un único vicio, la pepsicola. Un detective salido de un manicomio que no puede resistir su adicción y que, siempre sin un duro, ahora tendría que reducir la ingesta de lo que él califica “néctar de los dioses”. Un detective, por cierto, delgado y esmirriado.
Creen más impuestos, súbanlos, maquillen el déficit, pero dennos otra excusa para recuperar la línea.